Crítica Blancanieves y la leyenda del cazador

Crítica Blancanieves y la leyenda del cazador

Blancanieves y la leyenda del cazador: un cuento de hadas en clave épica y oscura

Crítica Blancanieves y la leyenda del cazador

Desde los primeros fotogramas, la película establece su tono con una imaginería visual poderosa que evoca tanto la crudeza de Juego de tronos como la mística de El señor de los anillos. El diseño de producción, liderado por Dominic Watkins, recrea paisajes desolados y bosques embrujados que parecen sacados de un grabado romántico de Caspar David Friedrich. La luz, cuidadosamente medida por el director de fotografía Greig Fraser, alterna entre una penumbra opresiva y destellos de claridad casi celestial, sugiriendo un constante conflicto entre el bien y el mal, la vida y la muerte.

La interpretación de Charlize Theron como Ravenna, la reina malvada, es el eje emocional de la película. Con cada mirada y cada palabra, Theron logra transmitir la desesperación de una mujer atrapada en su obsesión por la juventud y el poder. Sus trajes, diseñados por Colleen Atwood, son una obra maestra por derecho propio: corsés metálicos y capas que parecen tejerse con sombras y espinas, un claro homenaje a la estética gótica que recuerda a villanas como la Reina Bavmorda de Willow (1988) o incluso a Morgana en Excalibur (1981). Crítica Blancanieves y la leyenda del cazador

La banda sonora de James Newton Howard, aunque funcional, no alcanza el impacto necesario para competir con la majestuosidad de las imágenes. A diferencia de las partituras de Howard Shore para El señor de los anillos, que lograban ser un personaje en sí mismas, aquí la música pasa a un segundo plano, casi como un murmullo que acompaña sin dejar huella. Crítica Blancanieves y la leyenda del cazador

Los ecos de influencias cinematográficas son evidentes y enriquecen la propuesta. La suciedad y crudeza de las peleas recuerdan a la estética de Lady Halcón (1985), mientras que la representación del Bosque Oscuro como un espacio lleno de peligros vivos evoca los laberintos de pesadilla de Dentro del laberinto (1986). Sin embargo, esta amalgama de referencias a veces parece eclipsar la identidad propia de la película, convirtiéndola más en un tributo al género de espada y brujería que en una reinterpretación audaz del clásico.

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No obstante, Blancanieves y la leyenda del cazador es un esfuerzo loable dentro del género fantástico. Aunque no logra igualar la profundidad de otras reinterpretaciones como Pans Labyrinth (2006), de Guillermo del Toro, o la contundencia de Excalibur, se posiciona como un entretenido ejercicio de estilo. Es una película que juega a ser más grande que su propia historia, cargada de simbolismos visuales, pero a menudo desprovista de la intimidad emocional que convierte un cuento en una experiencia inolvidable. Crítica Blancanieves y la leyenda del cazador

Con todo, esta reimaginación demuestra que incluso los relatos más conocidos pueden encontrar nuevas formas de resonar con las audiencias contemporáneas, aunque a veces, en el proceso, pierdan parte de su alma.

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