Crítica Atentado en el estadio
El fulgor de lo efímero: una lectura crítica de Atentado en el estadio
En Atentado en el estadio (Final Score), dirigida por Scott Mann, el cine de acción contemporáneo encuentra un punto de inflexión entre la nostalgia de su época dorada y la inevitable trivialidad de la fórmula reciclada. Con un guion firmado por David T. Lynch y Keith Lynch, y un elenco encabezado por Dave Bautista, Pierce Brosnan y Ray Stevenson, esta obra se erige como una exploración, aunque imperfecta, de los límites entre el artificio del entretenimiento y el vértigo del suspense.
La trama como engranaje funcional
La historia, en su núcleo, es un arquetipo reconocible: un héroe involuntario atrapado en una situación extrema, enfrentado a villanos inescrupulosos con motivaciones que, aunque justificadas en el relato, carecen de profundidad. Michael Knox (Bautista), un exsoldado que busca redimirse, asiste con su sobrina a un trascendental partido de fútbol, solo para verse atrapado en un elaborado ataque terrorista. Los antagonistas, liderados por un gélido Arkady (Ray Stevenson), buscan a un desertor ruso en las entrañas del estadio y no dudan en tomar de rehén a la sobrina de Knox para forzar su cooperación.
El conflicto se desarrolla en un lapso de 90 minutos, el tiempo simbólicamente delimitado por el partido, lo que confiere a la narrativa una estructura de reloj que, aunque efectiva, resulta predecible. En este espacio temporal, el héroe deberá sortear desafíos físicos y morales, enfrentando no solo a sus enemigos, sino también al vacío existencial que subyace en su caracterización como soldado quebrantado.
Un pastiche de géneros y épocas
Lo que separa a Atentado en el estadio de sus predecesores más ilustres, como Jungla de cristal, es su dependencia casi servil de las herramientas digitales. La textura plástica de su fotografía y sus efectos visuales privan al filme de una materialidad visceral, aquella que definía al cine de acción clásico en su uso del celuloide y efectos prácticos. No obstante, esta limitación se compensa parcialmente con secuencias específicas, como una persecución en motocicleta por los angostos pasillos del estadio, que logran recuperar momentáneamente la energía cinética del género.
Mann parece consciente de la herencia que maneja, pero su aproximación resulta más funcional que apasionada. Mientras que los grandes exponentes del cine de acción lograban equilibrar espectáculo y carácter, aquí la balanza se inclina hacia un entretenimiento de consumo rápido, incapaz de sostener una resonancia emocional duradera.
Las actuaciones: una redención parcial
Dave Bautista aporta una fisicalidad y una gravedad emocional que elevan su personaje por encima de las limitaciones del guion. Su interpretación captura la dicotomía entre el héroe clásico y el hombre roto, dotando a Knox de una dimensión que la narrativa por sí sola no logra desarrollar. Por otro lado, Pierce Brosnan, aunque subutilizado, ofrece una presencia magnética que dota de ambigüedad moral al papel de Dimitri, el desertor perseguido.
Sin embargo, es Ray Stevenson quien destaca como el antagonista Arkady, canalizando una intensidad fría y calculadora que, aunque algo estereotipada, resulta eficaz para los propósitos del filme. Crítica Atentado en el estadio
Una reflexión sobre el cine de acción contemporáneo
Más allá de su narrativa explícita, Atentado en el estadio puede leerse como una metáfora del propio estado del cine de acción: un género atrapado entre la reverencia a sus raíces y las exigencias de un mercado que privilegia la inmediatez sobre la profundidad. La película, aunque limitada por su dependencia de fórmulas probadas, resalta en momentos aislados, recordándonos que incluso en un medio saturado, todavía hay espacio para la chispa creativa.
Conclusión: luces y sombras de un artificio en movimiento
Atentado en el estadio no aspira a trascender su naturaleza como obra de entretenimiento, pero su ejecución deja entrever destellos de lo que podría haber sido en manos más ambiciosas. Como un espectáculo efímero, cumple con su cometido, aunque a costa de un anhelo por la autenticidad perdida. En última instancia, es una película que se debate entre su deseo de homenaje y su condición de producto, un reflejo nítido de su tiempo y de la volatilidad del cine como arte y comercio.