Código de silencio

Código de silencio

Código de silencio (1985), de Andrew Davis, es una anomalía dentro del universo de Chuck Norris, una figura que, como pocas, encarna el mito contemporáneo del héroe de acción. Si existe una línea que divide a las estrellas de los actores, Norris se encuentra cómodamente de un lado: su carisma crudo y directo no necesita del virtuosismo actoral. Al igual que el Ulises de Homero o el Aeneas de Virgilio, su leyenda se sostiene en el poder de su presencia, no en la complejidad de sus emociones. Código de silencio, entonces, no es solo una película, sino un vehículo que, sin quererlo, ofrece una de las mejores versiones de este personaje arquetípico. Para quien busque en Norris algo más que el meme o la ironía postmoderna, esta cinta es una ventana indispensable a lo que hizo de él un icono cultural: un despliegue de valentía física que en su esencia recuerda al héroe épico.

Algunas de las escenas en Código de silencio son verdaderos monumentos a la sencillez de la acción bien filmada. Norris, que ya entonces poseía un dominio de su cuerpo comparable al de las leyendas clásicas, realiza una serie de proezas físicas sin ayuda de dobles. Destaca la persecución en coche, donde, en un plano fijo memorable, retrocede al volante con la destreza de un especialista, solo para girar en trompo e iniciar una persecución vertiginosa. Esta escena, casi coreografiada como si fuera una danza, no requiere ni el más leve artificio: Davis y Norris saben que la acción cruda, en su forma más pura, no necesita trampas ni adornos.

Pero como toda obra que respira la dualidad de la industria cinematográfica, Código de silencio cae también en la trampa del comercialismo. La secuencia final, una concesión evidente a la pirotecnia innecesaria, recuerda que, en última instancia, el cine de los años 80 aún debía satisfacer la demanda de los videoclubes, aquellos templos de VHS que buscaban emociones rápidas y adrenalina a bajo costo. Este último acto, desafortunadamente, desvirtúa en gran medida el excelente metraje anterior y deja un sabor de boca amargo para quienes esperaban un cierre a la altura de las mejores obras de acción del período.