Bezos, el nuevo villano de James Bond

La venta de James Bond a Amazon marca el acta de defunción de una saga que, por décadas, representó el cine de espionaje en su máxima expresión. La noticia de que la plataforma de streaming ha tomado el control absoluto de 007 es un golpe a la historia del personaje y, más aún, a la dignidad del cine como arte. Lo que antaño fue un sello de calidad, creatividad y refinamiento británico, ahora se convierte en un producto industrializado, regido por algorítmos y las frías decisiones de ejecutivos que no ven más allá de los balances financieros.

Es difícil concebir un futuro en el que James Bond, un personaje definido por su elegancia, misterio y clasicismo, termine reducido a un engranaje más dentro del inagotable carrusel de franquicias sin alma que Amazon aspira a fabricar en serie. Se habla de un «universo cinematográfico», de spin-offs y de una expansión al estilo Marvel, palabras que, en boca de los accionistas, solo significan una cosa: explotar la marca hasta la extenuación, convirtiendo al legendario agente secreto en una caricatura desprovista de toda esencia.

Lo más trágico de este episodio no es solo el destino incierto de Bond, sino la retirada de sus últimos guardianes, Barbara Broccoli y Michael G. Wilson. Ellos, con sus aciertos y errores, comprendían que Bond era algo más que una franquicia rentable: era un testamento cinematográfico, una obra en constante evolución que, pese a adaptarse a los tiempos, nunca había cedido del todo a la lógica implacable del mercado. Ahora, sin su visión y sin su respeto por el legado de Ian Fleming, 007 está a merced de ejecutivos que, como bien apuntó Broccoli, no son más que «fucking idiotas» dispuestos a vaciar de significado todo lo que toquen.

Los rumores sobre el futuro inmediato de Bond son desalentadores. Un casting arriesgado, un posible cambio radical en la identidad del personaje, una serie de productos derivados con guiones probablemente dictados por encuestas de mercado y comités de contenido. La sofisticación, la intriga y el aura clásica que han definido la saga parecen condenados a disolverse en un mar de contenido prefabricado para la gratificación instantánea del espectador promedio de streaming.

Es inevitable preguntarse si este es el verdadero final para James Bond. No en el sentido de que dejará de existir como producto comercial, sino en el sentido más profundo y devastador: la pérdida de su identidad. El espía que sobrevivió a la Guerra Fría, al auge del cine de acción sin sustancia y a la era del blockbuster, podría no sobrevivir al cínico algoritmo de Amazon. Porque el verdadero enemigo de Bond no es un villano de opereta con un plan apocalíptico, sino el mercado deshumanizado que, con calculadora en mano, ha decidido que el arte ya no es necesario cuando los datos dicen que lo único importante es la rentabilidad.

James Bond ya no pertenece al cine, sino al frío dominio de los conglomerados de entretenimiento. Y si la historia nos ha enseñado algo, es que, en estos casos, no hay redención posible.

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