Eran los años 80s y todo se hacia estilo años 80s, o casi todo. Así nacía un western creado para las nuevas generaciones de aquellos años, es decir, un western de acción como ya habíamos visto en ‘Silverado’ y como es normal, la crítica no habló bien de él, ojo, tampoco lo hicieron en su momento de ‘El Jinete Pálido’, film que durante años fue amado por socios de videoclub pero no por la crítica más elitista.
Y hay que empezar diciendo que ‘Arma Joven’ no es un western de John Ford con fotografía de Robert Burks o no es el ese remake encubierto de ‘raices Profundas’ realizado por Clint Eastwood realizado tres años antes pero, hay que decir desde ya que es un western excelente, serio y distinto a lo habitual.
Aunque su joven reparto, sus títulos de cabecera, su banda sonora y sus escenas de tiroteo a camara lenta con sonido a cámara lenta lo convierten en un producto ochentero para masas, todo lo demás nos deja una historia seria, de peso, con personajes profundos, con situaciones profundas y con un aroma a western único que hace que no pertenezca por supesto ni al western clásico, tampoco al spaguetti, tampoco al de los 70s y casi que tampoco al de los 80s. Y esta especie de western original es lo que mejor sienta a una película que vista hoy día nos resulta madura, original, contundente y muy salsera.
Y estamos ante uno de esos casos en los que quizás haya que valorar más la figura del guionista que la del director, ya que Christopher Cain venía de diririgir ‘El Rector’, quizás la única película junto a ‘Arma Joven’ que podemos calificar como buena o interesante, ya que todo lo demás no habla bien de él. De hecho lo mejor de la dirección de esta película es que simplemente funciona, es decir, no aporta nada en labores de lenguaje pero tampoco entorpece nada, vamos, una dirección de esas de artesano que ayudan a que todo fluya, emocione y funcione. Así la puesta en escena es muy correcta y todavía clásica en términos de seriedad (aquí los vaqueros no llevan disfraces con telas impolutas sino ropa sucia, cuarteada y destrazada por el uso). El diseño de producción no posee alardes pero es riguroso en lo que debió ser aquella época y la fotografía no emociona pero funciona gracias a unos ocres western perfectos y algunos claroscuros de interior lejos por supuesto de las obras de Eastwood pero aceptables.
Los jóvenes actores funcionan todos de maravilla y se nota que estuvieron muy implicados en la producción en detalles como verlos montar a caballo. Son Emilio Estévez, Kiefer Sutherland y Lou Diamond quienes consiguen la gloria en tres papeles muy distintos entre sí pero que consiguieron que la película tuviese una continuación.
Y ya hemos hablado que estamos ante una película más de guión que de dirección y es que John Fusco nos deja una historia maravillosa con un tono maravilloso que hace que la obra navegue de forma perfecta por terreno ochentero sin dejar nunca de lado el clásicismo o el realismo que vimos en películas del oeste de los 70s. Detalles de obras de Peckinpah o de Leone están presentes pero siempre con un punto mucho más jovial y comercial con el logro que hoy dia siga siendo posible verla sin ruborizarse de nada, algo que no ocurre siempre en todo éxito de aquellos años. Y es que reitero que sobre ella siempre estuvo una losa que decía que estábamos ante un western moderno, lleno de chicos guapos y musiquilla rockera que conseguía entretener y poco más. Y cierto que era un western moderno, lleno de chicos guapos y con musiquilla ochentera pero, además de entretener era capaz de crear una mitología y una geografía propia que como ya hemos dicho la hacen tan única e irreptible como tierna, es más, ni siquiera su continuación consiguió imitarla en estos aspectos. ‘Intrepidos Forajidos’ era su nombre y Geoff Murphy quien sorpendió al mundo cun ‘Utu‘, su director, pero como hemos mencionado, queda lejos de la original siendo un producto que no resta ni mancha, pero que no suma ni adorna nada a su antecesora.
Y como final de reseña volver a hacer mención al grupo fuerte de la obra. En 2023 sigue siendo un placer ver a estos actores en todo su apogeo, destacando a un Emilio Estévez como Billy el Niño, muy cómodo en su papel, a su hermano en la vida real, Charlie Sheen quién ya por aquella época empezaba a flirtear con las drogas y que tiene un papel con menos duración pero muy bien llevado, a un Dermot Mulroney perfecto como ese joven sin educación al que se le da de miedo disparar y mascar y escupir tabaco al mismo tiempo, un desconocido para mí Casey Siemaszko, muy correcto y a un atractivo Lou Diamond Phillips que lo borda. Pero de todos ellos, me quedo quizás con Kiefer Sutherland, el más joven de todos en aquel momento con sólo 21 añitos, maravilloso como ese pistolero poeta y romántico que bebe los vientos por la chica del malo. ¿Y quién es esa chica? como cantaría Madonna. Pues la bonita Alice Carter, de rasgos asiáticos y que hacía su debut como actriz en esta película. Mas tarde, Carter se convertiría en profesora de actuación. Su trabajo no destaca especialmente aquí, pero hace que Sutherland muestre su lado más tierno con ella. Todos ellos tuvieron una gran conexión en este rodaje y, desde entonces, siguen manteniendo una buena amistad. El buen ambiente en el set era destacable y, por las noches, tras un duro día de rodaje, se reunían para tocar música y cantar, intentando animar a un Emilio Estévez que, por aquel entonces, andaba deprimido por su ruptura con su novia del momento. La química entre todos ellos es lo mejor de la película.