Alberto Corona de 'Cinemanía', el 'elemento' que es capaz de decir esto:

Alberto Corona de 'Cinemanía', el 'elemento' que es capaz de decir esto:

Alberto Corona de 'Cinemanía', el 'elemento' que es capaz de decir esto:

‘The Mandalorian’ ya no es la misma serie tras la temporada 3: un viaje lleno de baches y espectáculo que refleja la esquizofrenia del fandom de ‘Star Wars’ (Spoilers)

Las loas incontenibles en sus últimos dos episodios y la conversación hiperbólica en redes parece haber puesto de acuerdo a muchos en que el tramo final de la temporada 3 de ‘The Mandalorian’ ha hecho merecer la pena los bandazos de una colección de episodios tan irregular como espectacular. Cierto o no, solo una cosa pone a todo el mundo de acuerdo: la acción de la serie estrella de acción real sigue siendo impresionante y devuelve la fe en la técnica stagecraft que tantas lágrimas causó en ‘Obi-Wan Kenobi’.
Es imposible no disfrutar con las escenas de batalla naval, las luchas con monstruos y el despliegue bélico con mandalorianos volantes luchando con ejércitos vendidos al ala de Moff Gideon, pero bajo ese despilfarro de millones hay una sensación de improvisación constante, de matrices diseñadas para encajar momentos que gusten a los incondicionales, pero sin una base narrativa con sentido claro o un crescendo. Y esto no sería un problema si su ambición se hubiera quedado en el tono las dos primeras temporadas.
SPOILERS DE LA TEMPORADA EN EL TEXTO
Porque, a pesar de que ahora veamos política, grandes arcos o episodios enteros dedicados a personajes que no han sido introducidos, ‘The Mandalorian’ nunca ha sido una gran serie de televisión, pero sí una muy divertida, un pasatiempo ligero y muy caro (15 millones por episodio) con dos personajes yendo a sitios a solucionar cosas en la tradición de ‘McGyver’, ‘El coche fantástico’ o ‘El equipo A’ y, a pesar de que se haya querido ver más en ella, nunca lo ha habido, era solo una buena cita semanal juvenil de aventuras y fantasía cuyo secreto eran sus episodios de media hora y un sano espíritu destrozón.
Una temporada de volantazos e improvisación
Por ello, el final de temporada no es terrible ni decepcionante, pero vuelve a optar por la diversión y los láseres volantes porque se sabe incapaz de enganchar emocionalmente, demostrando que no ha habido un arco dramático bien armado desde el principio. Todos recordamos aún el momento de la despedida en la anterior campaña, y ese momento de separación de Mando y Grogu resultaba agridulce pero real —a pesar del Luke hecho de cera digital– y es la última vez que la serie sostuvo esa sensación.
El principio de todos los problemas actuales llega en la temporada de ‘El libro de Boba Fett’, que a mitad de camino se transformaba en una corrección de aquel final de ‘The Mandalorian’ y que demostraba que ninguna coherencia tonal es suficientemente fuerte si hace falta introducir con un enema lo que las bases de datos nos dictan. Por eso al empezar la temporada hubo muchas caras de “¿Qué está pasando?” Entre muchos espectadores casuales que no entendían por qué Baby Yoda había vuelto a las manos del protagonista.
Made
Y ya desde el primer episodio, ha habido una ingravidez molesta que no ha terminado de cuajar en una línea concreta. Primero Din tenía que llegar a Mandalore para ser redimido, y eso se aclaró rápidamente. Bo-Katan emergió como una nueva protagonista en una serie que no es suya, como lo hizo Mando en Boba Fett, con lo que el resto de episodios girarían en torno a su legado con el sable oscuro y la reconquista de Mandalore, algo que a los aficionados de ‘Star Wars’ les puede parecer apasionante, pero que parece otra campaña de fan fiction.
Cheque en blanco para reciclar las peores ideas
Muchos esperaban que el final redimiera ese aburridísimo episodio con el Dr. Pershing en Coruscant que apareció en medio como una verruga, pero la conexión con el piloto y el hilo general no lo justificaban. Entre tanto hemos visto a Grogu con armaduritas, Grogu dando saltos o Grogu metido dentro de un droide. Al menos han abandonado las bromas de Grogu comiendo huevos y ranas que se habían convertido en lo único para lo que servía su presencia. Ver ahora el primer episodio es sintomático de lo que se supone que representa y lo que es ahora.
‘The Mandalorian’ ha agotado el plano contraplano de un tío sin cara y un mowai calvo poniendo gestos. Es gracioso durante una temporada, y por eso en esta tocan de nuevo los brincos. Hace pensar en cómo el fandom reaccionó ante las escenas de Yoda en las precuelas, y parece que nadie ha escarmentado. Es más, cuando Moff Gideon finalmente regresó, convocando al coro de la Guardia Pretoriana para acabar con la Purga de Mandalore, parecía que auguraba un final emocionante pero nos encontramos en otra trama reciclada de la guerra de los clones.
Mande
Durante años, la caterva de la galaxia ha reiterado lo aburrido que es el Episodio II de George Lucas, y aun así hay loas a este regreso al mismo fuero, y es más, con una revelación de clonación con la fuerza que invoca a los peores momentos de los midiclorianos y la resurrección del Emperador que todo el mundo parecía aborrecer. La fuerza ha pasado de ser mística a científica, algo manejable y moldeable según requiera el más allá del fan fiction. Pero da igual, esto sigue siendo “lo mejor de Star Wars desde El imperio contraataca”.
Star Wars va camino del nicho
Pero si analizamos el final a un nivel de satisfacción emocional no hay sorpresas de ningún tipo; nada refrescantes o que se sienta como una recompensa por los momentos invertidos. Promesas de regresos como el de Thrawn en otra serie y un amago de recuperar a los personajes cuando Din adopta oficialmente a Grogu, aunque para todos hayan sido padre e hijo durante años. No ha habido ambición real durante ocho horas que han sido como otro trámite para un reinicio más para sus protagonistas. Pero por alguna razón, todo esto sigue contentando a muchos de los que siguen la serie.
Fans dolidos con la trilogía de Abrams y la de Lucas, pero dispuestos a comprar todo lo que odiaron en algunos momentos de ellas. Si R2-D2 se convertía en un delirante androide volador de videojuego, ahora está totalmente asimilado en R5. En una escena, además, que estira el límite aceptable de usar los androides ratón con su sonidito característico. Hay un reciclaje constante de momentos simpáticos de la saga original que se repiten una y otra vez hasta despojarles de significado. Hay una incapacidad de crear nuevos momentos puros, todo es conformismo y apuesta por personajes de series animadas para muy cafeteros.
Gideondead
‘Star Wars’ pasa de ser algo universal a encerrarse en sí misma, cada vez con menos peso ganado en sus giros, apariciones de personajes y tramas. Como la sobrehinchada ‘Andor’, todo se dirige a conectar esto con las nuevas o viejas películas o series, en explicar cosas y llenar los huecos, pero no parece haber esfuerzos en ofrecer una historia que se sostenga por sí misma. ‘The Mandalorian’ ha perdido muchos espectadores, pero este camino marca el pulso directamente hacia el nicho de la marca, convirtiendo ‘Star Wars’ de nuevo en un mercadillo de productos de universo expandido como lo fueron los cómics en los 90. Un capricho de fans muy caro.

Jorge Loser de Espinof

La tercera temporada de ‘The Mandalorian’ ha traicionado lo que hacía especial a la serie

La costumbre viene a ser que, en cada Star Wars Celebration, Lucasfilm no se preocupe tanto de anunciar nuevos proyectos como de asegurar desesperadamente la confianza entre accionistas y espectadores. Lleva siendo así desde, por lo menos, la decepción en taquilla de Han Solo: Una historia de Star Wars, pues la gestión de Kathleen Kennedy nunca ha conocido otra cosa que fuegos que sofocar. En el caso de la última convención teníamos el precedente acostumbrado: proyectos de Star Wars cancelados o directores en rompan filas.


También coincidía con la tercera temporada de la que antaño era la serie estrella de Star Wars: la responsable de que, luego de la debacle de Star Wars: El ascenso de Skywalker, los esfuerzos de Kennedy le dieran prioridad al streaming para impulsar multitud de series. En este caso, sin embargo, la serie desarrollada por Jon Favreau y Dave Filoni estaba dejando sentimientos encontrados en el generalmente exultante fandom: algo ocurría con la tercera temporada. Y el mismo Filoni dio, casi inadvertidamente, con un motivo durante el evento.

Lucasfilm ha anunciado tres nuevas películas de Star Wars. Una traerá de vuelta a Rey (Daisy Ridley) retomando la continuidad a partir de El ascenso de Skywalker. Otra, a cargo de James Mangold, girará en torno a los orígenes de la Fuerza y los Jedi. Y la última, dirigida por Filoni, constituirá una suerte de crossover que culmine la historia interconectada entre cada serie que el discípulo de George Lucas haya desarrollado: The Mandalorian, El libro de Boba Fett, la animada Star Wars Rebels y la futura Ahsoka. Aquí está la clave de todo.


La galaxia entera cabe en Disney+
Las razones para temer la decepcionante tercera temporada de The Mandalorian se vislumbraron en la segunda. La serie se había topado con inmensos aplausos (muchos de ellos de espectadores no necesariamente expertos en el canon warsie) en sus episodios iniciales gracias a algo así como el minimalismo: aventuritas autoconclusivas, veloces, con dos personajes de gran carisma. Mando, voz de Pedro Pascal, y Grogu, alias Baby Yoda. No hacía falta más que tenerlos en pantalla queriéndose.

El minimalismo no implicaba que la serie anduviera falta de corazón: la tragedia implícita en que Mando (su verdadero nombre es Din Djarin pero bah) estuviera destinado a dejar a Grogu en manos de algún desconocido porque tal era su misión, sin importar los sentimientos que guardara por el pequeño. Este corazón se mantuvo en la segunda temporada, aunque empezó a rodearse de ruido: Filoni quiso conectarla con la trama de otras series suyas como The Clone Wars o Rebels, y se pulió la posibilidad de que la serie conectara con la trilogía de secuelas.

Todo concluyó con un Luke Skywalker robótico (la voz generada por Inteligencia Artificial de Mark Hamill haciendo aún más inquietante el muñeco CGI) llevándose a Grogu. Y estaba bien, dentro de lo que cabe: la aparición de Luke había sido mejorable pero al fin y al cabo parecía una parada lógica en la serie. Un cliffhanger potente, emotivo: es solo que fue muy raro que se resolviera en una serie ajena a The Mandalorian.

Ahí es donde empezaron los problemas de verdad.

En su día nos alarmó que, antes que un spin-off, El libro de Boba Fett fuera más bien una secuela inesperada. ¿Estaba Disney construyendo una campaña de fidelización traicionera y opresiva? Evidentemente: la directiva asumió que cada fan de The Mandalorian debía verse en lo sucesivo cualquier producto relacionado con The Mandalorian, porque de lo contrario perdería el hilo de la trama. Lo más significativo de Boba Fett, más allá de lo que diantres pasara con la escena criminal de Tatooine, es que Mando y Grogu volvían a estar juntos.

Y sí, insistamos. Todo va de vender un catálogo. Simplemente hay un matiz algo más exclusivista que se ha evidenciado tras Boba Fett, culminando con la tercera temporada de The Mandalorian y el apéndice de la última Star Wars Celebration: este es el show de Dave Filoni. Quien en su momento solo se dedicara con total felicidad a la división animada de la galaxia ahora está a cargo de un proyecto transmedia cuyo objetivo final es conectar El retorno del Jedi con El despertar de la Fuerza.

Y muy bien por él, faltaría más. Filoni ha demostrado sobradamente su comprensión del universo. Seguro que está afrontando tanto The Mandalorian como todo lo que venga con ella (terminando por esa película) con el mayor de los entusiasmos. El problema viene de lo de siempre: no todos los espectadores están dispuestos a ver una serie como parte de un todo más amplio, obligados a sacarse el carné de fan fatal de Star Wars si quieren disfrutar de las monerías de Grogu.

Sobre todo si esa serie es The Mandalorian. Una serie cuyo secreto para triunfar originalmente fue apartarse del carajal de continuidades e historias expandidas que Star Wars había levantado durante décadas.

Esta serie no está lo que se dice bien
El asunto es más grave si cabe. The Mandalorian, fruto de esta apuesta por el minimalismo que se ha querido mantener para no perder su identidad por completo, tiene una serie de presupuestos que no combinan bien con la idea de un universo compartido. Presupuestos que representa Grogu en su mayor parte: su adorable personalidad, o la apuesta por una complicidad que garantiza su naturaleza de marioneta (¿hay algo más divertido que verle saltando?), dificulta que hablemos de épica, o si acaso de complejidad discursiva, alrededor.

El secreto de The Mandalorian está en los contraplanos. Mando hace algo, irrumpe algo en pantalla, e invariablemente la cámara registra la reacción de Baby Yoda. Los episodios más logrados de The Mandalorian son aquellos que se componen de un 50% de contraplanos del bebé: si se alejan de ahí la serie ve diluida su identidad.

La tercera temporada de The Mandalorian ha tenido un episodio que se apartaba durante cincuenta minutos de Mando y Grogu para contar una serie de movidas de Coruscant. Los protagonistas eran personajes que antes habían salido un total de dos minutos, el capítulo era el más largo de The Mandalorian hasta entonces y había una voluntad de contar cosas políticamente, siguiendo la estela de Andor.

Marcarse algo así en una serie como The Mandalorian es o bien suicida o bien una burla frontal a los fans. Cuando no una traición. Pero no llega a serlo porque Filoni está amparado en la coartada de “hay un plan”. Esos cincuenta minutos tienen su justificación en que The Mandalorian no es solo The Mandalorian: es la historia de cómo la Primera Orden nació en el seno de la Nueva República y, de algún modo, Palpatine pudo volver.

Puede que sea satisfactorio aún así. The Mandalorian sigue siendo una serie cara, sabe alternar espectáculo bien ejecutado con oportunas dosis de Grogu haciendo monerías (emplear a IG-11 como mecha pasa por ser la única cosa no execrable con la que Taika Waititi haya tenido algo que ver). También sabe apañárselas para despertar conversaciones agradables a su paso, recurriendo a Jack Black y a Lizzo si es preciso, o dando la oportunidad a Ahmed Best de reconciliarse con la franquicia.

Pero no dejan de ser rincones, mínimos exigibles para que The Mandalorian siga llamándose The Mandalorian y no ‘The Rise of First Order’. Apartándonos de ellos nos topamos con una ristra de elementos a cada cual más desagradable, que han convertido la tercera temporada en algo que podríamos describir como monstruosidad química. Ingredientes diversos, que podrían funcionar por separado, se unen en la misma receta y el resultado es un estallido de azufre.

Claro que es fácil alegrarse por que Bo-Katan esté encontrando el lugar que le corresponde en Mandalore. Por supuesto que tiene su punto asistir al nacimiento de la Primera Orden, conocer el Proyecto Nigromante y encontrarse de vuelta con Giancarlo Esposito. Incluso podría pasar como levemente interesante este retrato de la Nueva República como infierno burocrático postestalinista (si bien esto convierta la retórica revolucionaria de Andor en una batalla perdida).

Pero, en medio de todo, ¿qué hay del Mandaloriano del título? Lo que importan son los Mandalorianos en plural, y la gravedad del giro puede percibirse solo con que intentemos distinguirle un rumbo dramático a lo que es hoy The Mandalorian. Las segundas temporadas describían una relación paternofilial marcada por la inminencia de una separación y la oclusión de sentimientos a la que obligaba el culto del padre.

¿Cuál es el rumbo dramático de la tercera temporada? Conectar con Ahsoka, con la trilogía de secuelas y con una película que ni siquiera tiene título. El culto del padre se ha reafirmado fuera de cualquier crítica (los esfuerzos de Mando durante los primeros episodios era ser aceptado en él nuevamente), y el dúo Grogu-Mando no tiene directriz más allá de que Grogu engrose ese mismo culto mientras Favreau y Filoni hacen malabares para que sea creíble que la criaturita no aprenda a hablar.

En resumidas cuentas, con estos mimbres no puede salir una serie mínimamente solvente. Y The Mandalorian no lo es. Ya no. No debe ser algo que a Filoni, Favreau y los demás les preocupe mucho, porque lo más importante de todo es tener nuevos proyectos que anunciar en la Star Wars Celebration del año que viene.

Alberto Corona para Cinemanía

Como vemos, hemos llegado a un nivel en el que vale todo por un click. Da igual el prestigio de una revista veterana, eso ya no existe, ya no hay redactores con criterio y seriedad, solo hay pulsa-teclas y niñatos dispuestos a crear algo que cause polémica y ponga su medio en el candelero de los imbéciles.

Si algo bueno le ha pasado a Star Wars es la llegada de Dave Filoni y Jon Favreau a las altas esferas de Disney, por fin la Kennedy se ha dado cuenta quien debe llevar las riendas del universo de Lucas al menos, en una gran parte. El discípulo tras años de trabajo en el terreno de la animación ha conseguido devolver el espíritu a la famosa fraquicia y lo hace desde el origen sin acoplarse a las nuevas tendencias. The Mandalorian no es una serie al uso, una de esas que los imbéciles aupan en 3 días para desaparecer 3 días depués. Filoni tiene claro que Star Wars es un producto perenne y que debe ser concebido como se concebían las cosas antiguamente y no en modo tendencia.

La tercera temporada de The Mandalorian no es ni mejor ni peor que la segunda o la primera es exactamente igual de buena que ambas porque todo está creado como una sola historia que se continúa pero sin cliffhanger banales o escenas post créditos marvelianas. Comparar el talento de Dave Filoni con el de Alberto Corona o con el mio, es como comparar a Rodrigo Cortés o Jose Luis Garci con Belén Esteban. Así que lamento dar voz a idiotas pero hay veces que tanta estupidez necesita castigo. Iros un poco a la mierda los idiotas, dedicaros a hablar de Netflix y dejad tranquilo a la gente que busca algo más que un simple click o productos de niños y niñas liándose en el aula de 3ºD.