De la tensión al esperpento: cómo Jungla de cristal 2 traicionó el legado del héroe ochentero
De la tensión al esperpento: cómo Jungla de cristal 2 traicionó el legado del héroe ochentero
Hay decisiones creativas que resultan imposibles de justificar, decisiones que no solo alteran la coherencia interna de una historia, sino que traicionan los cimientos sobre los que se edificó su éxito. Jungla de cristal 2 (Die Hard 2, 1990) es un claro ejemplo de ello.
John McTiernan, con la primera entrega, no solo redefinió el thriller de acción, sino que forjó uno de los héroes más icónicos de la década de los ochenta. Bruce Willis y su John McClane encarnaron a la perfección la esencia del antihéroe: un hombre común enfrentado a circunstancias extraordinarias, cuyo carisma derivaba tanto de su vulnerabilidad como de su astucia y tenacidad. La película equilibraba acción, tensión y un humor cínico que no desentonaba con la gravedad de la trama. Sin embargo, dos años después, Renny Harlin tomó el relevo y, con una sola secuencia, dinamitó el realismo que daba sentido a este personaje y a su universo narrativo.
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El cine de acción de los años ochenta se distinguía por una característica fundamental: la humanidad de sus protagonistas. No en el sentido moral, sino en el físico y emocional. Eran personajes con debilidades, con cuerpos que sangraban, con limitaciones que los alejaban de la invulnerabilidad de los superhéroes tradicionales. McClane, en la primera entrega, sufría cada herida y cada golpe, y su victoria no era la de un semidiós imbatible, sino la de un hombre empujado al límite de su resistencia.
Pero en Jungla de cristal 2, esa lógica se rompe con una de las escenas de acción más inverosímiles de la época. En un instante de absoluta irrealidad, McClane logra eyectarse de un avión segundos antes de que explote, emergiendo de la tragedia no solo ileso, sino con la misma actitud desafiante que hasta entonces había sido su sello de identidad. Este exceso desproporcionado no solo disuelve el dramatismo de la escena, sino que convierte la tensión en parodia involuntaria.
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A partir de ese momento, el cine de acción sufrió una transformación irreversible. Aquella progresiva exageración llevó a la industria a abandonar la vulnerabilidad de los héroes ochenteros en favor de figuras cada vez más sobrehumanas, imperturbables e inmunes a cualquier principio de realidad. El cine de acción, que en los ochenta había construido una identidad basada en la mezcla de crudeza y espectáculo, entró de lleno en la era de la espectacularidad vacía, allanando el camino para la hipérbole estilizada de franquicias como Fast & Furious.
Lo que Jungla de cristal 2 nos dejó no fue solo una secuela fallida, sino un síntoma de la mutación del género. La humanidad imperfecta de los héroes ochenteros había sido reemplazada por la sobreexcitación de la fantasía sin restricciones. El resultado: la adrenalina seguía ahí, pero el peso dramático se había desvanecido para siempre.