‘Bala blindada’ (1987), una obra maestra perdida con vestigios de noir espectral y redentor
Crítica Bala blindada (1987): el secreto mejor guardado del noir francés
En las profundidades del olvido cinematográfico yace un tesoro soterrado, una pieza de celuloide que, al desempolvarse, revela un fulgor propio de los monumentos del noir clásico. Bala blindada (1987), de Elie Chouraqui, es una de esas obras que el tiempo ha tratado con una injusticia implacable, relegándola al estatus de anacronismo en un género que, paradójicamente, vive del anhelo del pasado. Y, sin embargo, al rescatarla de su exilio, uno se encuentra con una pequeña obra maestra, un film que se codea sin rubor con los grandes estandartes del cine negro francés y norteamericano.

Situada en una Italia ficticia, tan onírica como los Los Ángeles de Chandler o el Nueva York de Hammett, la película se despliega como un tapiz de sombras y lámparas de neón, de humo de cigarrillos y humedad en los muros. Su protagonista, encarnado por un estoico Scott Glenn, nos arrastra con su voz en off por los callejones de una urbe sin nombre, donde la melancolía es un veneno tan letal como las balas que resuenan en sus avenidas desiertas. Esta narrativa interior, lejos de ser un recurso vacío, se convierte en el alma del relato, un lamento existencial que refuerza la idea de que no hay redención posible en un mundo construido sobre la traición y la venganza.

Desde el primer fotograma, la dirección de Chouraqui se erige como un alarde visual que transita entre el academicismo del noir clásico y una audacia casi experimental. Las grúas sobrevuelan la ciudad como ojos implacables, las panorámicas diseccionan los escenarios con una precisión quirúrgica y la iluminación se transforma en una entidad con vida propia: la penumbra no solo oculta, sino que delata. Es un ejercicio de textura pura, donde el sudor de los protagonistas se siente tan tangible como el temor que los consume, un universo donde la luz de las farolas parece una condena y el aire mismo pesa sobre los hombros. Crítica Bala blindada (1987)

Pero Bala blindada no es solo un festín visual. Su reparto, compuesto por rostros habituales del cine B, resplandece con una fuerza inesperada. Scott Glenn ofrece una interpretación de una sequedad casi poética, mientras que una jovencísima Jade Malle, hija de Louis Malle, ilumina la pantalla con una inocencia que se convierte en el corazón palpitante de la historia. El desfile de secundarios es un lujo para el conocedor: Joe Pesci roba cada escena con su carisma mordaz, Jonathan Pryce insufla a su personaje una frialdad hipnótica, y Paul Shenar, en uno de sus papeles más enigmáticos, otorga al relato una carga trágica casi shakesperiana.
La banda sonora de John Scott es otro de los pilares de esta joya oculta. Su partitura, de una atmósfera lúgubre y evocadora, se funde con la imagen de manera inextricable, acompañando cada momento de tensión y cada respiro de tregua. No es casualidad que su tema principal fuera reciclado en Die Hard (1988), como si, de algún modo, el eco de Bala blindada sobreviviera a través de los resquicios de la historia del cine.

Es inevitable comparar esta versión con el remake de 2004 dirigido por Tony Scott. Mientras que la nueva iteración optó por un estallido de estilismo frenético y violencia exacerbada, la original se mantiene fiel a la elegancia tácita del noir. El cambio de escenario, de Italia a México, transformó radicalmente la narrativa, despojándola de la nebulosa irrealidad que en la versión de Chouraqui es parte esencial de su hechizo.
Bala blindada es, en definitiva, un filme que espera ser redescubierto, un secreto escondido en la bruma del tiempo que merece emerger y reclamar su lugar entre los clásicos. No es un simple thriller de acción ni una pieza de entretenimiento pasajero, sino una obra de rara belleza, una sinfonía de desesperanza y redención fallida. Para quienes se aventuren a buscarla, la recompensa será el hallazgo de un pedazo de historia cinematográfica injustamente olvidado. Como toda gran película noir, su esencia radica en la sombra, esperando pacientemente a que alguien encienda un cigarro y la saque de las tinieblas.