La trilogía del héroe hortera
La trilogía del héroe hortera: un culto al exceso ochentero
En el vasto y abigarrado paisaje del cine de acción, existen momentos que escapan al análisis tradicional para convertirse en mitos de su propio absurdo. Tal es el caso de la «trilogía del héroe hortera», una serie de tres películas consecutivas dirigidas por Craig R. Baxley entre 1988 y 1991: Acción Jackson (1988), Dark Angel: Ángel de la muerte (1990) y Frío como el acero (1991). Estas películas, a menudo relegadas al ámbito del videoclub, encapsulan una estética y una narrativa que transitan entre lo sublime y lo ridículo, un testimonio de los excesos estilísticos y culturales del final de los años 80.
Primer acto: Jericho «Action» Jackson, el macho alfa de Detroit
Acción Jackson introduce al personaje de Jericho «Action» Jackson, interpretado por Carl Weathers, un detective de Detroit cuya testosterona parece gobernar cada decisión. Con métodos rudos y un ego tan desbordado como su físico, Jackson encarna al macho alfa por excelencia, una figura profundamente arraigada en la retórica ochentera de los héroes de acción. Su narrativa es un desfile de clichés: persecuciones automovilísticas, diálogos machistas y una exhibición de carisma desvergonzado que coquetea con lo caricaturesco.
El personaje de Jackson no busca complejidad, sino un impacto inmediato. Su vestimenta, compuesta de trajes ajustados y camisetas sin mangas, refuerza su estatus de «héroe hortera». Más que un detective, Jackson es un superhombre urbano que deslumbra tanto por su destreza física como por su egocentrismo desmedido.
Segundo acto: Jack Kane, el detective intergaláctico de Houston
En Dark Angel: Ángel de la muerte, Baxley traslada su fórmula a un terreno aún más absurdo. Aquí, Dolph Lundgren interpreta a Jack Kane, un detective de Houston enfrentado a un alienígena traficante de drogas. Aunque la premisa se adentra en la ciencia ficción, la esencia del héroe hortera permanece intacta. Kane, con su musculatura hercúlea y su actitud irreverente, es una continuación espiritual de Jackson, pero con un toque más futurista y estrafalario.
El vestuario de Kane, su peinado impecable y su manera de enfrentar el peligro con frases lapidarias consolidan su lugar en este panteón de antihéroes. La película, aunque ridícula en muchos aspectos, presenta escenas de acción memorables y un despliegue visual que mezcla lo grotesco con lo fascinante. Lundgren, con su presencia imponente, refuerza la idea de que estos personajes no son individuos complejos, sino arquetipos diseñados para satisfacer un anhelo de escapismo desmedido.
Tercer acto: Joe Huff, el poligonero definitivo
La trilogía culmina con Frío como el acero, donde Brian Bosworth asume el papel de Joe Huff, un policía infiltrado en una banda de moteros. Huff es, quizás, la personificación más exagerada del héroe hortera. Con su cabello oxigenado, su vestimenta de inspiración bakala y su actitud chulesca, Huff no solo abraza el ridículo, sino que lo celebra.
La película, saturada de escenas de acción hiperbólicas y diálogos absurdos, es un canto a la cultura de los videoclubs. Huff no busca redención ni profundidad emocional; su único objetivo es «molar». Esta desconexión de cualquier intención seria convierte a Frío como el acero en un testimonio perfecto del cine de acción de serie B.
El nexo de unión: Craig R. Baxley y la estética del exceso
Craig R. Baxley, conocido por su trabajo en El equipo A, traslada a esta trilogía la misma mezcla de acción desenfrenada y personajes larger-than-life que definió aquella serie. Cada protagonista parece inspirado en miembros del equipo: desde la fanfarronería de Hannibal Smith hasta la teatralidad de M.A. Barracus. Baxley, lejos de aspirar a la sofisticación, se deleita en el exceso, creando un universo donde los héroes son caricaturas de masculinidad y la trama es una excusa para un espectáculo sin restricciones. La trilogía del héroe hortera
De culto y catarsis
La «trilogía del héroe hortera» no pertenece al cine de prestigio ni pretende hacerlo. Es una celebración de lo exagerado, de un cine que no busca reflexionar, sino impactar. Estas películas son un espejo de su tiempo, un retrato de una cultura obsesionada con el espectáculo, la fuerza física y una masculinidad que hoy resulta tan fascinante como risible.
Para quienes crecieron en la era del videoclub, estas obras son un recordatorio nostálgico de tardes de acción desmedida y héroes imposibles. Para las nuevas generaciones, son un vistazo a un tipo de cine que, en su torpeza, logra una autenticidad y una energía que el tiempo no ha podido borrar. En su conjunto, estas películas forman una trilogía que evoca lo mejor y lo peor del cine de acción, convirtiéndose en un hito del cine de culto ochentero.