Crítica Absolución (2024)
En Absolución, Liam Neeson se enfrenta a una de las pruebas más difíciles de su carrera: encarnar, no solo a un hombre perseguido por sus fantasmas, sino también a un símbolo de la fragilidad del héroe tardío. Dirigida por Marc Bienstock, la película se inscribe dentro de esa corriente contemporánea que explora las grietas del arquetipo masculino en el cine de acción, elevándose, sin embargo, por su melancolía intrínseca y su reflexión sobre la redención.
El héroe fatigado: entre el mito y el declive
Desde su inesperada resurrección como estrella de acción con Venganza (2008), Neeson ha esculpido un subgénero propio: el del hombre de moral ambigua, atrapado entre su habilidad para la violencia y un inquebrantable sentido del deber. En Absolución, este arquetipo se desmorona: su personaje, un sicario al servicio de un mafioso interpretado con crudeza por Ron Perlman, parece moverse en piloto automático, no por falta de destreza narrativa, sino porque su cansancio forma parte de la narrativa.
El filme evoca inevitables paralelismos con Gran Torino (2008) de Clint Eastwood, no solo por la presencia simbólica de un automóvil clásico —un Chevrolet Malibú 1970 que aquí se convierte en extensión de la identidad del protagonista—, sino por la exploración de una masculinidad despojada de toda gloria, enfrentada a sus propios errores y prejuicios. Sin embargo, Absolución no busca el dramatismo épico de Eastwood, sino que se adentra en la crudeza de una serie B bien ejecutada, donde el desamparo de su antihéroe genera una ternura inesperada.
La violencia como réquiem personal
El director adopta un enfoque visual minimalista, con encuadres cerrados que subrayan el aislamiento del protagonista, mientras las escenas de acción se despojan de espectacularidad para dar paso a una violencia áspera, casi anodina. Aquí, los disparos y las peleas no son coreografías, sino gestos de un hombre que busca desesperadamente sobrevivir, incluso cuando sabe que su tiempo está contado. Crítica Absolución (2024)
En este sentido, Absolución puede verse como un eco de películas como Unforgiven (1992), donde la violencia no glorifica, sino que despoja al protagonista de su humanidad. Neeson, con su imponente presencia física ahora marcada por la edad, ofrece un estudio del deterioro, tanto físico como emocional. Cada paso, cada mirada, parece estar cargado de un peso que trasciende la narrativa inmediata, convirtiéndose en una meditación sobre el fin de una era.
Redención, pero no redentora
El corazón de Absolución radica en sus relaciones personales, fragmentadas y cargadas de un dolor apenas contenido. La trama toca temas espinosos como el arrepentimiento por un hijo fallecido cuya orientación sexual fue motivo de distancia, o la necesidad de reconstruir puentes con una hija y un nieto alejados. Sin embargo, estos momentos no buscan explotar el sentimentalismo; más bien, la película permite que las emociones surjan de manera orgánica, a menudo a través de silencios y miradas.
La relación del protagonista con una mujer afroamericana, si bien condenada por la estructura del relato, es tratada con una sensibilidad que recuerda al cine de Cassavetes, donde las conexiones humanas son al mismo tiempo efímeras y esenciales. Es aquí donde Absolución encuentra su núcleo emocional: en la constatación de que la redención es siempre parcial, y que algunas heridas nunca cicatrizan por completo.
Entre el mito y la nostalgia: un paisaje en ruinas
El escenario urbano, con sus calles grises y automóviles que parecen relictos de otra época, actúa como un espejo del protagonista. La decadencia se vuelve aquí una estética, un recordatorio constante de que el pasado no puede recuperarse, y el futuro, si existe, es incierto. Este enfoque conecta Absolución con una tradición de cine noir modernista, desde The Friends of Eddie Coyle (1973) hasta Drive (2011), donde los personajes navegan en un mundo indiferente que les devuelve su soledad como único reflejo. Crítica Absolución (2024)
El testamento de un hombre roto
En última instancia, Absolución es tanto un comentario sobre el propio Neeson como actor como sobre el personaje que interpreta. Su presencia en pantalla, marcada por la edad y el desgaste, trasciende la ficción para convertirse en una declaración metatextual: el héroe de acción no es inmortal, y su ocaso es, quizás, su mayor acto de valentía.
Con esta película, Neeson entrega una actuación que se siente como un testamento, un réquiem para un hombre y un arquetipo que, como su viejo Malibú, ha resistido el paso del tiempo pero no puede escapar de su inevitable destino. En su aparente sencillez, Absolución logra algo extraordinario: convertir una película de serie B en una elegía poética sobre la mortalidad y el deseo imposible de redimirse.