El Caballero del dragón (1985) es una obra cinematográfica que, sin duda, se alza como un hito en el firmamento del cine fantástico español. Esta película, que nos brinda un cóctel de aventuras, romance y, por supuesto, dragones, es un ejemplo perfecto de cómo el cine español puede elevarse a cotas de grandeza, o al menos eso es lo que sus creadores esperaban.
La trama gira en torno a un caballero –sí, efectivamente, un caballero, porque en la época medieval no había espacio para personajes más complejos– que debe enfrentarse a un dragón que, a juzgar por su apariencia, podría haber sido sacado de una venta de disfraces de segunda mano. Este dragón, que se presenta como el mayor de los enemigos, resulta ser un auténtico desafío para nuestro héroe, quien, a pesar de su nobleza, parece no tener más recursos que una espada y una amplia gama de expresiones faciales que oscilan entre la sorpresa y el desconcierto.
Es interesante observar cómo la película, en su intento de emular las grandes producciones de Hollywood, logra un efecto casi cómico al mezclar elementos de la cultura medieval con un enfoque casi naïf. Los diálogos, por momentos, son una mezcla de grandilocuencia y simplicidad que invitan a una reflexión profunda, o a una risa socarrona, dependiendo de la sensibilidad del espectador. La estética, con sus decorados que parecen haber sido elaborados en un taller de manualidades, nos transporta a un mundo donde la magia y el absurdo se dan la mano en una danza bastante peculiar.
Sin embargo, no se puede dejar de reconocer que la película, en su esplendor, ofrece un deleite visual que se asemeja a un viaje por los reinos de la imaginación. Las escenas de batalla, aunque parezcan un tanto torpes, tienen un encanto innegable que nos recuerda que, a veces, lo verdaderamente cautivador no es la calidad técnica, sino la intención de contar una historia.
En definitiva, El Caballero del dragón es una pieza que, a pesar de sus limitaciones evidentes, ha dejado una huella en el corazón de aquellos que saben apreciar el cine de culto, ya sea por su innegable autenticidad o por su capacidad de hacernos sonreír, ya sea con admiración o con un sutil y mordaz sarcasmo. ¡Ah, el cine español de los 80! Un legado que sigue dando de qué hablar, aunque sea en susurros irónicos entre cinéfilos.