Crítica 'Breakdance'

Crítica 'Breakdance'

La Cannon Group, bajo la dirección del icónico tándem Golan-Globus, se erigió como un fenómeno cultural de los años 80, capaz de captar el espíritu de una época marcada por la efervescencia hormonal, la rebeldía juvenil y una búsqueda constante de escapismo visual. Aunque carecía de la sofisticación narrativa y el refinamiento técnico de otras productoras, la Cannon tenía una habilidad innata para conectar con el público adolescente, particularmente con los jóvenes clientes de videoclub, cuyas inquietudes y deseos estaban perfectamente alineados con las historias que la productora ofrecía. A través de una estética burda pero irresistible, Cannon no pretendía crear cine de alta calidad, sino apelar directamente a las emociones primarias de una generación ávida de entretenimiento vibrante y accesible.

En este sentido, Cannon logró capturar un momento único en la historia del cine, en el que las audiencias adolescentes buscaban una salida a la vorágine de su despertar hormonal. Las películas que producían estaban imbuidas de energía, de dinamismo, de una visceralidad que, aunque carente de profundidad artística, seducía con su simplicidad y su capacidad de desbordar las pantallas con estímulos visuales potentes. Los personajes de sus películas, a menudo estereotipos cargados de clichés, se convirtieron en espejos en los que los jóvenes podían proyectar sus propias inquietudes, deseos y frustraciones. Cannon, lejos de entender el lenguaje cinematográfico en su forma más elevada, era consciente de que sus espectadores tampoco necesitaban esa sofisticación. De hecho, el cine de la Cannon funcionaba precisamente porque su ingenuidad e imperfección coincidían con la de su público: jóvenes que sabían tan poco de cine como sus creadores, pero que ansiaban experiencias que los sacudieran de manera visceral.

Crítica 'Breakdance'

En este contexto surge Breakdance (1984), un título que encapsula a la perfección la esencia de la Cannon. Protagonizada por Lucinda Dickey como Kelly alias «Special K», Adolfo Quinones como el carismático bailarín callejero «Ozono», y Michael Chambers como el emblemático «El Turbina», esta película se convirtió rápidamente en un referente del cine adolescente de los 80, especialmente para aquellos que se dejaban seducir por el baile y la música como formas de rebeldía cultural. Aunque Breakdance palidece en comparación con otros filmes de baile de la época como Flashdance o Footloose, lo que le faltaba en producción de lujo y destreza cinematográfica lo compensaba con una energía desbordante, un atractivo crudo y un elenco magnético.

La comparación con Flashdance es inevitable, dado que ambas películas forman parte de la misma ola de producciones centradas en la danza, un fenómeno que conquistó la taquilla de los años 80. Sin embargo, donde Flashdance brillaba con la dirección estilizada de Adrian Lyne y una fotografía deslumbrante, Breakdance se quedaba en la esfera del entretenimiento popular, con una producción de bajo presupuesto propia del sello de Cannon. Pero este detalle no le restaba impacto entre los jóvenes que, con pocas expectativas cinematográficas, encontraban en el film una representación de su propio deseo de libertad y autoexpresión.

El cine de Cannon era, en cierto modo, la versión fílmica de un frenesí hormonal. Sus películas eran directas, sin rodeos, y llenas de esa intensidad efímera y embriagadora que caracteriza a la adolescencia. Breakdance no es una excepción. Con una trama sencilla que gira en torno al enfrentamiento entre el baile clásico, representante de la élite cultural y social, y el breakdance, símbolo del arte urbano y la lucha de clases, el film encapsula la tensión social de la época. La narrativa no es más que un esqueleto sobre el que se construyen las verdaderas estrellas de la película: el baile, la música y la sensación de pertenencia a una contracultura juvenil.

La trama, aunque predecible y trillada, se basa en un conflicto social universal. El romance que subyace entre los personajes funciona como un hilo conductor mientras se enfrenta el mundo de la danza clásica, asociado con las clases altas, contra el breakdance, nacido en los márgenes de la sociedad. Esta dicotomía entre lo «culto» y lo «popular», entre lo establecido y lo marginal, es una constante en el cine de los 80, y Cannon lo aprovecha de manera efectiva, aunque simplista, para crear una historia en la que el público puede fácilmente identificarse. El breakdance, como expresión cultural de las clases oprimidas, es presentado como una forma de resistencia y autoafirmación frente a la rigidez de las instituciones culturales.

Crítica 'Breakdance'

Los personajes de Breakdance encarnan este conflicto de clases de manera arquetípica. Kelly, la protagonista, es la joven blanca que, fascinada por el mundo del breakdance, encuentra en él una forma de escapar de las limitaciones de su entorno privilegiado. Ozono y El Turbina, por otro lado, representan la fuerza bruta y el talento puro de los barrios marginales, aquellos que, aunque desprovistos de las oportunidades de las clases altas, encuentran en el arte callejero una forma de trascender sus circunstancias. En este sentido, el film es casi un cuento moderno de Robin Hood, donde la riqueza artística de las clases bajas supera la opulencia vacía de la élite.

La Cannon, consciente del poder del carisma juvenil, apostó fuerte por su trío protagonista, cuya química fue esencial para el éxito de la película. Lucinda Dickey, con su belleza fresca y energía juvenil, Michael Chambers con su dominio absoluto del breakdance, y Adolfo Quinones, quien ya era una figura reconocida en el mundo de la danza, elevan la película más allá de sus limitaciones técnicas. Aunque la película puede parecer ingenua y vergonzante vista desde la perspectiva actual, en su momento Breakdance fue una de las joyas del videoclub, un emblema de la cultura pop de los 80 que capturaba el espíritu rebelde y despreocupado de la juventud de entonces.

La película no solo triunfó en taquilla, sino que se ganó el estatus de culto, lo que llevó a la creación de una secuela, Electric Boogaloo, otra oda a la danza callejera que reafirmaba el estatus de Breakdance como un fenómeno juvenil. En retrospectiva, películas como esta representan no solo una forma de escapismo para los adolescentes de la época, sino también un vehículo a través del cual podían procesar las tensiones sociales y culturales que experimentaban en sus propias vidas.

En última instancia, Breakdance y la Cannon en su conjunto, lograron algo que muchos estudios de cine más refinados no pudieron hacer: capturaron el pulso de una generación. Sus películas, aunque burdas, torpes y a menudo poco sofisticadas, se convirtieron en un refugio para aquellos que no buscaban una narrativa compleja, sino una explosión de energía visual, ritmo y adrenalina. Cannon, con su cine de videoclub y su desdén por las convenciones del cine de autor, dejó una huella imborrable en la cultura popular de los 80, y Breakdance es un testimonio vivo de esa era en la que lo desechable y lo efímero se transformaron, casi accidentalmente, en íconos de una generación.

Crítica 'Breakdance'
breakdance the movie : Cinema Quad Poster