Estamos tan saturados de historias de superhéroes que cualquier propuesta que se aparte de esta tendencia agotadora y nos ofrezca una narrativa diferente se siente como un soplo de aire fresco. Y más aún, cuando esta propuesta viene envuelta en los nostálgicos ecos del cine de aventuras de los años 80, al estilo de Amblin Entertainment, bajo la dirección del creador de Attack the Block (2011), Joe Cornish.
Joe Cornish (Londres, 1968), a quien muchos recordarán por su colaboración como guionista en Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio (2011), bajo la batuta de Steven Spielberg, nos trae una nueva visión del mito artúrico, pero lejos de recurrir a la grandilocuencia y los excesos visuales contemporáneos, opta por una aproximación ligera, accesible y, sobre todo, cargada de ese espíritu lúdico que parecía caracterizar al cine de aventuras de décadas pasadas. En efecto, Cornish retoma el encanto de la narración simple y efectiva, donde prima el entretenimiento sin dejar de lado las capas simbólicas que este tipo de relatos mitológicos suelen ofrecer.
La trama puede resultar familiar: una reinterpretación del mito artúrico ambientada en nuestros días, algo que hemos visto en otras ocasiones, como en el cómic Camelot 3000, donde el legendario Rey Arturo y sus caballeros son resucitados en un futuro distante. En esta versión, el joven protagonista Alex (interpretado por Ashbourne Serkis) es un muchacho común, atrapado en los problemas habituales de la adolescencia, hasta que el destino lo encuentra al toparse con la espada Excalibur. A partir de este hallazgo, la narrativa se despliega como una aventura juvenil que, a través de los ojos de Alex, reflexiona sobre los males de la sociedad contemporánea: el miedo, la guerra, la desinformación, y sí, incluso el omnipresente Google, como metáfora de un mundo que parece cada vez más caótico y deshumanizado. Este desorden creciente en la realidad da fuerza a Morgana, antagonista eterna de la leyenda, quien encarna, una vez más, la amenaza que surge de las sombras del pasado.
Cornish recurre sabiamente al cine de aventuras familiar de los años 80, evocando títulos como Los Goonies o E.T., no solo en su estética, sino en la manera en que aborda temas universales como la amistad, el coraje, y el honor. Aquí es donde la película encuentra su verdadera fortaleza: su capacidad para revitalizar el código caballeresco, no como un conjunto de normas arcaicas, sino como un modelo de comportamiento ético que invita a los jóvenes espectadores a resistirse al embrutecimiento cultural contemporáneo. En un panorama audiovisual donde muchas producciones parecen diseñadas para infantilizar y embotar a las nuevas generaciones, Cornish nos ofrece una historia que no subestima a su audiencia, sino que les invita a participar de una tradición narrativa que apela a lo mejor de nuestra imaginación colectiva.
Por supuesto, cualquier intento de capturar el espíritu de una película de aventuras clásica debe tener en cuenta dos aspectos fundamentales: el reparto y los efectos visuales. Aquí Cornish acierta de nuevo, comenzando por un reparto juvenil que cumple a la perfección con su cometido. Alex, el héroe de la historia, destaca por la naturalidad con la que transita entre la inseguridad adolescente y el incipiente liderazgo, algo que encuentra su máxima expresión en las escenas más íntimas, donde la pérdida de fe y la duda moral se entrelazan con la acción. Junto a él, sus compañeros de aventura logran una química que remite a esos grupos de amigos inolvidables del cine de antaño. En cuanto a los antagonistas, la presencia de Morgana, interpretada con solvencia por Rebecca Ferguson, aunque limitada por una caracterización que no termina de aprovechar su potencial, añade una dosis de amenaza creíble y sobrenatural.
Los efectos especiales, lejos de ser el punto débil de la producción, sorprenden gratamente. Los jinetes espectrales creados por CGI, aunque claramente generados por ordenador, están integrados de manera eficaz en la trama, permitiendo que el espectador se sumerja sin distracciones en el universo de la fantasía medieval. En este sentido, la película consigue equilibrar la magia de los caballeros de la mesa redonda con una estética moderna, sin caer en los excesos que tantas veces desvirtúan el género.
En cuanto al guion y la dirección, Cornish demuestra una vez más su habilidad para construir una narrativa sólida y entretenida. La película no solo ofrece una historia coherente y bien estructurada, sino que también consigue transmitir valores que resuenan tanto con los jóvenes como con los adultos, logrando un equilibrio entre humor, aventura y emoción. El tercer acto, donde se desencadena la batalla final, es un claro ejemplo de esto: épico en su concepción, pero adecuado a la sensibilidad de su público principal, logra ser emocionante sin perder de vista su tono juvenil.
En definitiva, estamos ante una pequeña joya que, lamentablemente, corre el riesgo de pasar desapercibida en un mercado saturado por el bombardeo constante de franquicias de superhéroes y productos comerciales vacíos. Sin embargo, como ha ocurrido tantas veces en la historia del cine, es posible que el tiempo le otorgue el reconocimiento que merece. Es una película que, si hubiese sido lanzada en los años 80, habría disfrutado de un éxito inmediato, pero en la era de la Capitana Marvel y las interminables secuelas de Disney, corre el peligro de ser olvidada. No obstante, en términos de calidad narrativa y cinematográfica, supera con creces a muchas de las producciones de las grandes franquicias contemporáneas.