En la era de la digitalización y el consumo rápido de información, hemos sido testigos de un fenómeno preocupante que afecta no solo a la crítica cinematográfica, sino también al desarrollo de la cultura fílmica de las nuevas generaciones. Las webs especializadas en videojuegos, originalmente creadas para analizar y comentar la evolución de esta industria, han comenzado a apropiarse también de un terreno que les es ajeno: la crítica de cine. Esto ha generado una nueva tendencia entre los jóvenes, quienes recurren a estas plataformas no solo para informarse sobre los últimos lanzamientos de videojuegos, sino también para obtener opiniones y críticas de las películas más recientes. El problema radica en que la mayoría de estos espacios no cuenta con profesionales capacitados para realizar una crítica cinematográfica que verdaderamente profundice en el análisis del séptimo arte.
La crítica de cine, entendida como un ejercicio riguroso de interpretación y reflexión sobre los aspectos estéticos, narrativos y técnicos de una obra, requiere de un conocimiento sólido y especializado. Catedráticos, licenciados en cinematografía, historiadores del arte y críticos con formación académica son los que deberían estar en la vanguardia de esta labor, ofreciendo una mirada erudita que enriquezca al lector y lo ayude a comprender los múltiples niveles de lectura que una película puede ofrecer. Sin embargo, este tipo de crítica ha sido suplantada por opiniones superficiales, redactadas por jóvenes aficionados a los videojuegos, que han visto en el cine un campo adicional de comentario, sin contar con la formación adecuada para abordarlo en toda su complejidad.
El resultado de esta usurpación de la crítica cinematográfica es doblemente nocivo. Por un lado, el cine como arte pierde la profundidad de análisis que requiere para ser comprendido y apreciado en su totalidad. Las críticas que encontramos en muchas de estas revistas web son, en la mayoría de los casos, opiniones desinformadas o simplemente superficiales, que se limitan a evaluar el entretenimiento o la espectacularidad de una película, ignorando sus componentes simbólicos, históricos, estilísticos y su valor cultural. Se trata de textos redactados por aficionados sin verdadera autoridad en la materia, incapaces de ofrecer una lectura crítica que estimule el intelecto del lector.
Por otro lado, el gran perjudicado es el público joven. Al consumir este tipo de contenidos, estos lectores no adquieren conocimientos fílmicos ni desarrollan un criterio estético que les permita distinguir entre una película comercial de fácil digestión y una obra que, con mayor o menor complejidad, trata de explorar el potencial expresivo del cine como forma de arte. En lugar de educar su mirada, se les ofrecen opiniones simplistas, lo que empobrece cada vez más la cultura fílmica general. Los jóvenes terminan viendo el cine a través de los ojos de aficionados poco formados, lo que contribuye a la creación de una audiencia cada vez menos exigente y más pasiva.
Este empobrecimiento cultural es particularmente atractivo para las grandes corporaciones que financian la industria del cine. En su lógica mercantilista, consideran que un público menos formado es un público más fácil de satisfacer con productos de menor calidad, lo que les permite reducir la inversión en producción, dirección y guion. Un espectador sin criterio crítico no reclamará obras que exploren temas profundos o innovaciones estéticas; se contentará con fórmulas repetitivas y narrativas simplificadas que respondan únicamente al entretenimiento inmediato. Los inversores ven en este panorama una oportunidad de negocio, pues cuanto menos exijan los espectadores, menos recursos será necesario destinar a la creación cinematográfica.
Sin embargo, esta visión cortoplacista es profundamente contraproducente. Lo que hoy parece una solución económica para el mercado fílmico, acabará por debilitar las bases sobre las que se sostiene el cine como industria cultural. Un público mal educado fílmicamente es un público que, a largo plazo, perderá el interés por el cine de calidad, y al verse inundado por productos sin profundidad ni relevancia artística, dejará de acudir a las salas o de suscribirse a las plataformas. Lo que parece un pan para hoy se convertirá en hambre para mañana. La falta de inversión en películas de calidad y la ausencia de una crítica seria que eduque al público amenazan con crear una espiral descendente en la que el cine pierde su valor cultural y económico de manera irreversible.
El desafío al que nos enfrentamos es el de rescatar la crítica cinematográfica de las manos de estos medios no especializados, devolverla a aquellos que realmente tienen el conocimiento y la capacidad de elevar el debate, y ofrecer al público una herramienta que le permita no solo disfrutar del cine, sino también comprenderlo y valorarlo en toda su riqueza. Solo así será posible preservar el futuro del cine como una forma de arte que, lejos de sucumbir a la lógica de la superficialidad, siga siendo un medio capaz de transformar y enriquecer nuestra visión del mundo.