Entender de cine de acción no es sencillo, aunque para mucho este género sea un producto menor. Hoy en tiempos de podcast y de revistas de videojuegos haciendo crítica de cine, encontrarnos con una oda a películas como ‘Invasión USA’ es algo habitual, es el ver a una generación que no estuvo de verdad en los tiempos del videoclub y el cine de los 80s, queriendo hacer ver a otros aún menores que ellos de edad, que el cine de acción de los 80s fue el sumún de la perfección. Pero no es así, y no lo fue.
Entender lo que supuso el cine videoclub de los 80s, solo está al alcance de los que en los 80s (de 1980 a 1990) alquilaban películas de forma autónoma, es decir, ellos eran los que elegían sus películas y los que compraban sus revistas de cine. Si tenías 5 años en 1985 y veías las películas que alquilaba tu padre o echaban por el video comunitario de tu finca, no mamaste el videoclub de los 80s, fuiste simplemente un joven espectador y es por eso, que esos jóevenes espectadores que hoy son los que crean podacast, escriben críticas en revistas de videojuegos o crean «contenido», meten más veces la pata de las que aciertan.
‘Invasión USA’ o más bien Chuck Norris, siempre serán algo que te hace sonreir, algo simpático que no puede crear antipatía, pero ya está, de ahí no pasa. En términos cinematográficos, ‘Invasión USA’ es un desproposito, un horrendo film sin sentido, sin estilo, sin guión, sin coherencia, sin arte, sin interpretación y sin técnica audiovisual, aunque cierto es, que posee alguna secuencia interesante y una batalla campal final filmada sin talento, pero con dinero suficiente por parte de Golan y Globus par aque helicopteros de verdad y tanques de verdad, llenen toda secuencia final, pero ya está, no hay más.
El film de Joseph Zito adopta al ya popular Chuck Norris y lo convierte en un mito inmune a todo. Norris es aquí un Lobo solitario que se encuentra, por decisión propia, apartado de la acción (antiguo agente de la CIA) y se dedica a cazar caimanes con sus propias manos (el mismísimo actor, sin dobles). Es un hombre impasible a cualquier tipo de emoción, una suerte de hombre de hielo que, si es que sufre, lo hace por dentro (véase su reacción al ver el cuerpo sin vida de su amigo el indio). No recibe ningún rasguño ni herida de ningún tipo (estrategia que más tarde utilizaría, con menos fortuna, Steven Seagal). Y por si fuera poco, es inmune hasta a los tradicionales guantazos de la damisela de turno (véase el instante en que esquiva, de forma absolutamente inesperada, el intento de guantazo que le propina la periodista, y lo hace alzando fríamente el brazo, sin siquiera mirarla).
Y es cierto que este héroe con rostro de piedra que parece reir por dentro, ese hombre de pelo en pecho que se acuesta sin quitarse los zapatos, es un reducto de lo que hoy se quiere abolir, el hombre que uno no debe ser y quizás es por eso, o solo por estar Chuck detrás, que Hunter crea empatía con el espectador y os hace quererle, tanto incluso, que nos lleva a confundir la simpatía del personaje, con la atrocidad fílmica del producto. Es esa película que no se debe recomendar pero que acabamos recomendándola.