Poco a poco me he ido metiendo en la trama que plantea DeMille y me ha ido ganando sin darme cuenta. Porque lo cierto es que no tenía muchas ganas de ver a Wayne de marinero, alejado del desierto, de los galopes, de sus pistolas… Y aquí estoy rectificando mi primera impresión, que no era muy buena, y elogiando lo bueno que tiene «Piratas del mar Caribe». Mi desgana se ha acabado convirtiendo en hambre y he digerido bien la historia de amor a tres bandas, de celos, de actitudes estúpidas (decimonónicas, eso también) para acabar disfrutando de unas aventuras marinas poco corrientes. La ambientación, ese gran peldaño que hay que saber subir cuando una película se enmarca en un momento pasado, es aquí sencillamente una maravilla. Desde las tabernas a los muelles, los vestidos de las damas, el interior de las casas, los barcos y hasta la palabrería del mar, todo está muy bien puesto.
Otra cosa que me llama la atención es la evolución de los personajes, que son cosas distintas lo que aparentan al principio y lo que acaban siendo al final. El personaje que interpreta Wayne se encalla en un momento dado y en lugar de dirigirse por el camino lógico que venía marcado del principio acaba cambiando de rumbo. De hecho, esta cuestión concreta es lo que me ha acabado convenciendo, más allá de la acción y de los hechos. Observar el cambio de algunos de los personajes es lo que me ha resultado más grato. Gracias a mi personal «crescendo» he podido pasar por alto la inmersión submarina final, con susto incluido y esa especie de juicio a bordo. El resultado es una película que gustará más al público no adulto, típica para ver en familia porque suceden muchas cosas, algunas de ellas realizadas con un humor más apto para ese público no muy exigente. Personalmente no creo que tarde mucho en olvidarla, pero aún así la recomiendo, está muy bien hecha…