En 1863, en el sur de Estados Unidos, al final de la Guerra de Secesión, un grupo de militares sudistas se ha reagrupado en una zona de Texas y deciden pasar a México para unirse a Maximiliano. Pero el único paso que tienen es Chesapeake, defendido por el Séptimo de Caballería de los nordistas. Un comandante sudista se pone de acuerdo con el jefe indio, Caballo Salvaje, quien ataca a un poblado, con lo que la mayor parte de las fuerzas nordistas salen del fuerte para acudir en ayuda de los colonos. Se produce una serie de emboscadas y batallas, por lo que envían más tropas los nordistas, con lo que tendrán que desguarnecer el paso ansiado por los sudistas. Pero enterado el Séptimo de Caballería de lo que traman se dispone presto a desbaratar los planes.
Vista dos veces en mi vida, la primera en los Salesianos de Burtzeña, cuando tenía unos doce años o así, pensé esto:
«Pintoresca película del oeste a la española, cuyo mayor atractivo y casi el único es la participación de la siempre encantadora y bellísima Mónica Randall, haciendo de india; sencillamente impagable.
Por lo demás, poquita cosa. Interpretaciones del montón, dirección cuasi-inexistente… Muy escasa».
Y vista de nuevo, en agosto de 2016, por aquello de la nostalgia y de comprobar cómo ha resistido el paso del tiempo y si ahora ha mejorado mi valoración, opino esto de ella:
«Pues lo esperado, una de las primeras películas ambientadas en el far west que se hicieron en España y por tanto simpática en ese aspecto.
Por lo menos no estaba tan adulterado, tan escorado hacia la pantomina, como se hizo en la década de los setenta, donde había mucha mofa y poca gracia.
Esta es una peli más o menos seria, aunque con cierto humor en el personaje del «presunto» protagonista, el encarnado por el actor estadounidense venido a mucho menos desde que hiciera «Sihuné el egipcio», Edmund Purdom. Y es que, aunque este actor sale más en pantalla, se le debe dar más importancia al personaje interpretado con mucha dignidad por Paul Piaget, «el amigo del chico», como solíamos denominarlo cuando éramos niños.
Peleas, tiros, traiciones, amoríos un tanto absurdos, muy bonitas las dos actrices, con nuestra Mónica Randall en uno de sus primeros papeles, y una puesta en escena sencilla pero eficaz.
El guión es normalito, sin mucha cohesión ni imaginación, pero con un argumento que tampoco es de lo más visto en la pantalla: los indios y los sudistas confabulados para acabar con dos regimientos enteros de la Caballería de los Estados Unidos (del Norte, claro).
En fin, que es mediocre se mire por donde se mire, pero se puede ver, sin más.