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En los tiempo oscuros, la magia era un arma. El amor un misterio, la aventura estaba en todas partes… y los dragones eran reales. En las postrimerías de la Edad Media, un rey ha hecho un pacto con un dragón, por el cual el soberano le sacrifica vírgenes, a cambio de que la bestia no moleste el reino. Un aprendiz de mago, para salvar a una dama, se enfrentará al temible dragón.

Recuerdo nítidamente el estreno de “El dragón del lago de fuego” en uno de los cines de mi ciudad allá por el año 1981. Hacía poco tiempo que había visto “En busca del arca perdida” y la sombra del bueno de Indy todavía recorría como un huracán la mente de la mayoría de los adolescentes de aquella época. Un auténtico éxito de la mano de Lucas y Spielberg (por aquel tiempo reyes indiscutibles de la taquilla).

Sin embargo, repentina y tímidamente, un enorme dragón se asomó a la pantalla y, lanzando unas bocanadas de fuego soberbiamente reales y majestuosas, intentó reclamar la atención sobre si. Aunque posteriormente fuera azotado por el látigo del Dr Jones o destrozado por la espada de Conan el Bárbaro.

No tuvo éxito alguno. Y el pobre dragón, completamente incomprendido, tuvo que volver a su cueva a hibernar de nuevo hasta que se olvidaran de él.

Matthew Robbins quiso contarnos un cuento de hadas, de los que cuando éramos niños nos contaban en la cama nuestros progenitores (a algunos afortunados como yo supongo). Cuentos de dragones, magos, princesas y bravos guerreros. De esa fantasía maniquea pero cuya simpleza encumbra los valores que nos intentan inculcar a todos en nuestra infancia. Logró realizar una cinta encantadora (palabra muy ajustada para definir este trabajo) con un Ralph Richarson breve pero memorable. Con unas interpretaciones correctas y una puesta en escena sobria, realista y seria.

¿Y qué decir del excelente trabajo del compositor Alex North? Su último trabajo por cierto. Una extraña banda sonora que nos involucra, aún más si cabe, en el imaginario mundo medieval creado por Robbins.

He leído, en críticas anteriores, auténticos desatinos contra los efectos visuales de la película. Han de saber, estimados colegas críticos, que supervisados por Dennis Muren (uno de los gurús de la Industrial Light and Magic), obtuvieron una merecidísima nominación al Oscar. El dragón fue creado mediante la técnica (desarrollada expresamente para esta película y posteriormente empleada en títulos como “El Retorno del Jedi”) de go-motion. Sinceramente es uno de las criaturas más reales que se habían visto en la pantalla hasta entonces. Lógicamente hoy en día pueden parecer obsoletos (comparados con las impresionantes técnicas desarrolladas por ordenador), pero en su momento fueron vanguardistas y precursores de otras técnicas similares que se desarrollaron a posteriori. Sería como tratar de no reconocer el trabajo de técnicos como Ray Harryhausen o Albert Whitlock porque sus técnicas ya han sido superadas.

Un notable alto para una película que, en mi opinión, mereció más de lo que obtuvo y sin cuya impronta, quizás, jamás hubiéramos disfrutado de la trilogía del señor Jackson.