Posiblemente sea un top 5 de las grandes obras del cine y eso la sitúa como obra maestra entre las obras maestras. Se ha dicho todo ya sobre una de las películas más influyentes y también más influenciadas de toda la historia del séptimo arte así que poco vamos a aportar en esta reseña, pero, es obligatorio en cualquier obra de cine ya sea un libro, un cineforum, una web o un blog que se hable de ella y eso vamos a hacer aquí.
Kurosawa, consciente o inconscientemente, rueda un western japonés, todas y cada una de las claves del género americano aparecen en una película que, pese a sus casi tres horas y media en su versión completa (hay varias versiones), fluye con tal ritmo e intensidad, que nunca decae, nunca se atranca, nunca desilusiona. Y ojo hablamos también que eso ocurre ha día de hoy y con público de todas las edades algo al alcance de muy pocas películas clásicas y menos las llegadas del lejano orinte.
La planificación de Kurosawa, como en todo su cine, es exquisita y perfeccionista. Sólo a un maestro se le ocurre rodar la batalla final bajo la lluvia, el barro, los charcos, con los cascos de los caballos salpicando, al menos en aquellos años (hoy día le ha copiado todo el firmamento cine), la cámara lenta apenas se nota, quizás sólo poetiza la imagen en medio de la barbarie. El combate siempre es rápido, coreográfico y repetitivo, de un lado a otro del poblado, a la carrera, tronco recto y movimiento ineficaz, pero el bandido incurre una y otra vez en todas las trampas que diseñan los profesionales de la guerra, como los animales de caza adultos, diseñan la estrategia, colaboran en seleccionar la presa, abren el camino, pero el momento de la venganza lo suelen reservar para los cachorros, esos campesinos hambrientos de sangre que, ante la debilidad del enemigo aislado se abalanzan sobre él para masacrarlo. Están defendiendo lo suyo, pero también están demostrando que, como grupo, poco les separa de sus oponentes, es una lucha a muerte en la que el ser humano saca lo peor de sí, salvo, quizás, los samuráis, cuyo comportamiento bélico se ciñe al código del bushido aunque sus oponentes sean de todo, menos honorables. La mujer en la película es siempre víctima, víctima de los padres, de los maridos, de los bandidos, ya sea raptada o travestida en hombre, la mujer no puede ser ella misma a riesgo de desaparecer o ser ultrajada. A las mujeres no se las respeta, salvo cuando se trata de tomar venganza, aquí la voluntad de los samuráis cede ante el deseo de una anciana que quiere resarcirse de una muerte dolorosa, el enemigo vencido y humillado no es respetado y el código guerrero cede ante el deseo de una madre, la jauría vuelve a vencer y a derrotar a los samuráis. La diferencia de clases también marca las relaciones hombre-mujer, cuando los campesinos ocultan a sus mujeres e hijas saben que están tratando de evitar un adulterio o un amor imposible porque el propio samurái, por enamorado que pueda sentirse, terminará renunciando a esa mujer que perdió su melena por la cobardía del padre ante la indestructible barrera de la casta, afrontando que su único camino es la carretera y seguir aprendiendo el arte de la guerra.
No oculta su empeño estético el director, la banda sonora de Fumio Hayasaka con esa suite que acompaña a los combatientes, el uso del espacio natural tanto como lugar de batalla modificado por el hombre para mejorar la defensa como de goce estético, demostrando que la vida continua pese a las pequeñas disputas de los humanos, un paisaje donde las flores siguen brotando, los pájaros cantando, los árboles proporcionando sombra, el agua fluyendo para refrescar los sudorosos cuerpos de los hombres. Una naturaleza que tanto acoge el amor a primera vista de una joven pareja, como sirve de escondite perfecto para emboscar a los primeros bandidos que acuden a exigir la preparación de la cosecha. El paisaje se convierte en personaje en el cine de época de Kurosawa, la masa actúa como un único cuerpo sangriento y vengador, sólo los samuráis mantienen su identidad hasta el final, cada uno con su personalidad, su sabiduría, su astucia, su preparación. Bajo la lluvia y el barro, los perfiles se desdibujan y todo parece igual, pero la pose y el semblante hierático, armonioso, equilibrado del guerrero, destaca sobre la informe marabunta sólo deseosa de matar de cualquier forma. El samurái sabe que, para matar, y para morir, también hay que respetar una estética.
Ran, Kurosawa y la violencia preciosista | ¿La película más bella del cine?
Nombrar una película como la más bella del cine es de un atrevimiento tal que sólo puede ocurrírsele a un idiota pero, creo que en este caso el mundo debe estar lleno de idiotas con lucidez puntual porque esta afirmación de semejante magnitud es un eco recurrente en los ámbitos fílmicos y solo negado por parte de todo aquel que no haya visto la obra. Y cuando digo ver, me refiero a algo mucho más profundo.
Y es que, Kurosawa, el cual puede entenderse como el maestro de lo abierto junto a David Lean, consigue plasmar el dominio habitual de la recreación de espacios abiertos junto a un dominio igual de perfecto de los espacios cerrados a lo que se le suma el uso obsesivo por la perfección del color y como decía el propio Ford, la capacidad de captar en ficción la belleza de la climatología y es que, Ran es capaz de captar el aire por primera vez, usar la niebla como no se había usado hasta entonces y recrear o captar la lluvia con tal precisión y majestuosidad que humedece los corazones de todos los que visitan el momento.
Ran es la adaptación del Rey Lear pero vista desde el cielo para plasmar la insignificancia de los problemas del hombre o más bien de los problemas que generan ciertos hombres; Ran es una oda crepuscular donde el rojo y los atardeceres narran continuamente el final de una era y de una soberbia que por desgracia nunca llega a acabar; es un elogió visual en forma de crítica a la violencia la cual es capaz de convertirse en belleza de una forma repulsiva pero admirable.
Ran además es también el final de una industria, aquella era de esplendor donde Ozu, Mizoguchi o Kurosawa rivalizaban con el poder americano.
Es un obra autóctona, el trabajo de una vida, la mayor empresa artística no solo del cine sino del resto de artes y es que Ran es todo en una: cine, literatura, ópera, poesía, danza, fotografía, pintura, coreografía… Una prodigiosa obra fílmica en la que el cine se mezcla con casi todas las demás artes conocidas en un compendio sin igual.
Pero también avisamos que Ran es la filosofía de una vida plasmada en una película. El sentimiento; el compromiso; la exactitud y el pulso narrativo; la profundidad; la belleza y el talento; la épica y sobre todo la paciencia y conciencia de estar ante una cultura de vida distinta en su concepción con una dimensión de tempo muy distinta a la occidental, lo que puede llevar al cansancio del mal espectador, ese que una vez vista, no afirme que es lo más bello jamás plasmado.
Kurosawa reúne en la mejor de sus películas décadas de experiencia y refinamiento artístico y reflexivo. Es una de las obras cumbres del cine de todos los tiempos en la que el perfecto uso del color, del tiempo, del espacio y del aire, la terminan convirtiendo en la película más bella de la historia del cine.
El uso del color en Ran
Akira Kurosawa se ocupó con meticulosa antelación de todos los detalles de la película, planificando la puesta en escena y dando especial relevancia al uso del color: quería reproducir los colores del siglo XVI japonés, haciendo hincapié sobre todo en el vestuario. En las batallas atribuyó un color a cada una de las partes enfrentadas, para no confundir al espectador y otorgando también una cierta simbología con los caracteres que representaban. Juega así magistralmente con las formas y los colores. El sentido plástico de estas escenas y el brillante uso del color, también admirable en las secuencias intimistas.
Ran nos remite a un universo simbólico bastante rico y extenso. Mientras que el séquito y los invitados de los Ichimonji llevan ropas con colores no diferenciados, los distintos miembros del clan ya se diferencian por sus respectivos colores simbólicos en sus atuendos. El anciano Hidetora viste de blanco, el no color que contiene todos los colores, en él está la totalidad, la unión, como en su escudo. El mayor de los hijos, Taro, se arropa con el color amarillo (el color del sol, de la fuerza, del rey, del primogénito); mientras que Jiro, que ya se señala en su papel de Caín, el que mata a su hermano por envidia y por celos, deseando las posesiones del otro, se caracteriza con el color rojo –el color del fuego, de la guerra y de la sangre, que va a derramar en su carrera hacia la usurpación- El menor de todos, Saburo, se reviste de ropajes de color azul celeste, anunciando, desde un principio, sus sentimientos de espiritualidad elevada, en contraposición a los deseos de poder y a la doblez de sus hermanos.
Como vemos, el uso del color en Ran es claro, explícito y evidente pero nos ayuda de forma sencilla a entender el uso del color en el cine el cual suele ser bastante más difícil de descifrar. El color esta ideado para ser asimilado de forma subconsciente y despertar así emociones en el espectador, asociar ideas o contraponerlas. Con Ran el color se aprecia en su concepto simbólico como ya hemos dicho de una forma más clara y didacta y además sirve como también hemos dicho para tejer un lienzo de belleza sin igual.